miércoles, 12 de agosto de 2009

Bradley Wiggins

Alguna vez quisieron elevarme a unas categorías que ni yo mismo era capaz de reconocer. Me hicieron grande a base de gas, ocupando el máximo espacio posible a pesar de tener pocas partículas. Me ha sucedido otras veces y, es que, no sé aceptar un halago. Los agradezco y los siento, pero intento que no lleguen a tocarme. Así no consiguen hacerme gas.

Lo malo de volatilizarte y ocupar mucho espacio es que, se irán las personas, la temperatura y la vergüenza bajarán a su estado normal y entonces te sublimas. Vuelves a lo sólido. Y de repente, te sientes pequeño. Y no es que seas pequeño, es que especulaste con una grandeza efímera que no puede verse en el espejo. Vuelo por dos o tres halagos y después vuelvo al estado normal. Mido uno ochenta y siete. Si abro los brazos alcanzo una longitud de metro y medio. La mano (con los dedos) mide diecinueve centímetros, y el pulgar solo, siete centímetros y medio. No hay más. Sólo números que no saben de halagos y mucho menos de volatilización en carne humana. No estoy pequeño ni grande. Soy yo. Con mi piel y mis heridas, las cicatrices. A veces también tengo miedo, y otras todo lo contrario. Hago unas cosas bien y otras mal, pero procuro siempre hacer algo. Aunque sea callar, observar.

Y hay un secreto que a veces creo que nadie sabe: todo lo que hago yo también lo podéis hacer los demás. A veces pienso que alguien halaga a otro alguien con una voz que parte de la culpa. Pero es cierto, a veces también pienso demasiado.

Arrivederchi. La cena me espera.

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