En primer lugar aparece un hombre que habla en inglés, toca tres canciones que suman una hora de tiempo y se marcha. "Te aplauden porque te vas, que eres malísimo, vete ya a la mierda, hombre ya".
En segundo y probablemente último lugar aparecen cinco o seis músicos. "Buenas noches". Comienza la música. La luz es azul. Nadie canta, solo hay guitarras, teclado y batería. El bajo apenas se mueve, y la eléctrica parece estar practicando sexo. Poco a poco la sala va cayendo en una espiral de vértigos y pensamientos. Yo pienso más rápido, recuerdo que se me había olvidado cómo es la inspiración que nace en los conciertos. Parece que aquél día, desde las 00.00 hasta las 24.00 horas, estaba hecho para despertar. "No existe un todo sino diferentes partes".
Una mujer sale de atrás y baila con un micrófono. Cuando hay más ruido ella se dedica a cantar. Está besando el micrófono, agarra con ambas manos el plástico que atrapa su voz. Besa con sus labios la membrana del micrófono, con su voz. Calla. Y baila con el micrófono. La guitarra eléctrica sigue practicando sexo y el batería cuadra el ritmo casi a la perfección. La chica, la mujer, vuelve a cantar. Coge el micro entra las manos y vuelve a besar el micro, la música. Siento que me besa a mi también, en los oídos, con su voz. Vuelve a bailar y todo termina, comienza otra canción.
Yo acierto a pensar en otros lugares, otras personas. Echo de menos a una, dos, tres y cuatro. Al fin y al cabo soy humano. El concierto sigue y va restando tiempo. Muchas canciones me parecen iguales, pero no importa, sé que no lo son. "Pienso en esas cosas porque se ven con tanta naturalidad que parece que no son normales". Una chica en silla de ruedas en mitad del pasillo. Vuelvo a recordar el sentido de otras historias y de la mía propia. Los pelos de punta, me acuerdo de Pablo. La música suena y suena y no quiere parar. De repente se alargan los tempos. La guitarra eléctrica entra en éxtasis. Suena un violín que quiere parecerse a "La Dispute", pero hay mucho ruido de guitarras. Una flauta, un solo de batería y todo se acabó. Yann Tiersen se dirige a la sala en silencio, tan en silencio que se puede escuchar el zumbido de los altavoces. Consciente de que una palabra suya puede resonar al otro lado del mundo, en la región más oscura de nuestra alma, susurra dos palabras con una voz que viene de las cavernas. "Muchas gracias". Se va, agradecido, el dueño de la Supramúsica, aquel que no hace lo que la gente espera.
domingo, 26 de julio de 2009
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